Metafora de la puerta magica


Cuenta un relato de tradición oriental que un gran Emperador estaba buscando una persona competente y sabia en la que delegar buena parte de sus responsabilidades. El Emperador acumulaba ya un largo reinado y la edad había hecho mella en su capacidad para resolver adecuadamente muchos de los aspectos relativos a la gestión de su Imperio.
Reunió a los mejores candidatos de su Corte y también contrató a cazatalentos que recorrieron pueblos y aldeas publicitando el propósito del Emperador.
Tras unos meses, todos los posibles candidatos se reunieron en el más amplio jardín del palacio, presidido por un púlpito elevado desde el que les habló el Emperador:
“Habéis sido cuidadosamente seleccionados ya que tengo un problema y quiero saber quién de vosotros tiene los recursos necesarios para resolverlo. Lo que veis a mis espaldas es la puerta más grande, maciza y pesada de todo mi Imperio. ¿Quién de vosotros es capaz de abrirla sin ningún tipo de ayuda?”

Al contemplar la superlativa majestuosidad de aquella puerta, muchos de los candidatos se limitaron a sacudir la cabeza y marcharse. Parecía tratarse de un problema demasiado grande. Algunos otros examinaron el problema concienzudamente. Discutieron aspectos relacionados con la ley de la palanca, con el momento de la fuerza, recodando posibles teorías de solución a problemas que habían aprendido durante su formación en la escuela. Finalmente admitieron que ningún hombre en solitario podría cumplir la imposible tarea.
Después de que los más sabios y respetados hubieran aceptado que aquello que demandaba el Emperador era inviable, los restantes se dieron igualmente por vencidos.
Sólo uno de los candidatos se acercó a la puerta y la examinó a fondo y muy de cerca. La tanteó golpeando suavemente aquí y allá, estimó su grosor, comprobó la naturaleza y fabricación de los goznes. La examinó minuciosamente con sus propios ojos y manos. Presionó aquí, hurgó allá. Finalmente, pareció haber tomado una decisión.  Respiró hondo, se concentró y empujó suavemente de la puerta.
La puerta se abrió fácilmente y sin ningún esfuerzo. Los demás habían dado por sentado que la puerta estaría atascada o cerrada herméticamente y que sus dimensiones harían imposible poder llevar a cabo la apertura de sus dos piezas. No obstante, la carpintería y el diseño eran tan artesanos y cuidados que un simple toque bastaba para abrirla.
El Emperador felicitó al candidato. Ya tenía la persona en la que delegar con total confianza.

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